martes, enero 30, 2007

La Pola (capítulo 2)

La curiosidad se había apoderado de mí, porque mi madre nunca se había expresado así de una nueva empleada del hogar y mucho menos me hubiera dicho que baje a conocerla.
Cuando me aproximé a la sala para ver lo que estaba sucediendo pude ver al fin la luz. Los relatos de algunos amigos míos de la escuela de cómo habían perdido la virginidad con sus empleadas se habían materializado ante mis ojos. Ella estaba parada cuando entré a la habitación. Era muy bella y joven. No pasaría de los veinte años de edad. Su piel morena, su cabello largo y negro que hacían juego con esos grandes ojos negros, esa boquita rodeada de unos labios grandes y carnosos me hicieron sentir que estaba en un cuento de hadas. Pero no solo yo estaba asombrado, también a mi padre lo pude ver nervioso, él solo se limitaba a mirarla con la boca entre abierta, porque a parte de ese hermoso rostro, el polo escotado y los jeans bien pegados hacían que sus curvas resaltaran. Mi abuela – la mamá de mi madre- era siempre de encargada de hacer las preguntas de rigor.

- “Niña, ¿Cómo te llamas? ¿Tienes hijos? ¿Eres virgen? ¿Sabes leer? ¿Te bañas a diario? ¿Te falta algún dedo? ¿De donde vienes?...”
- “Me llamo Paola, pero me dicen Pola”
- “¿Pocha? Así como tu tía Luchita que le decíamos Pocha de cariño, tu no te acuerdas de ella Rubén – Mi padre- tu eras muy pequeño cuando se calló de…”
- “¡Señora! Pola le dicen…”

Con los años mi abuela había perdido la audición del oído derecho y el izquierdo estaba en vías del silencio total, en unos cuantos años la vieja no escucharía ni sus ronquidos.

- “No tengo hijos, soy virgen, se leer y me baño a diario” Replicó la chica.
- “¡Ah! Ya decía yo, te gusta el canario, ¿no? Con esa pinta te deben faltar manos hijita…”
- “¡Madre! ¡Que va a pensar la niña! Dice que se baña a diario. Discúlpanos hijita esa sordera nos está volviendo locos a todos…” Dijo rápidamente mi padre
- “ No se preocupe señor…, Para acabar de responderle a la señora, tengo todos los dedos y vengo de la selva”
- “¡Se nota hijita! “ Dijo la vieja de mi abuela
- “No le entiendo señora…”
- “¿No dices que tienes a todos los negros de la Elba? Con ese poto debes tener a todos los negros de juanita, de carlita, de martita…, ay estas niñas de hoy en día…, en fin me retiro, no creo que sea una buena chica con todas esas tonterías que habla, tu sabes lo que haces Carlotita – Mi madre- mientras cocine bien y me ayude a ir al baño, no hay problema ” fue lo ultimo que dijo mi abuela mientras se retiraba con su clásico arrastre de pies y su espalda encorvada.
- “Discúlpanos hija, en el fondo es muy buena persona, solo hay que tenerle un poco de paciencia…, te voy a presentar a mi hijito, que está con unas fachas de recién levantado, ven Gabrielito, no seas tímido”

sábado, enero 13, 2007

La Pola (capítulo 1)

Hace poco me encontré con un amigo de la juventud, su nombre es Alonso, prácticamente nos criamos juntos. Nacimos en un barrio de clase media, en donde se forjaban las verdaderas amistades en medio de los partidos de fútbol en las calles o las mataperradas propias de la edad. Pero esa clase de barrios y de amistades se fueron extinguiendo cuando la gente que habitaba en esos lugares fue vendiendo sus casas a empresas constructoras que se dedicaron a tapar el sol a los vecinos con enormes edificios y a romperle los tímpanos a punta de martillazos, aplanadoras, soldadoras y demás herramientas de construcción. El martirio empezaba desde las ocho de la madrugada que es la hora en que los obreros dan inicio sus labores diarias. La gran mayoría de vecinos cargó con todas sus pertenencias y también con sus hijos que sin saberlo fueron llevados a barrios residenciales con grandes jardines, piscinas y muchas otras cosas que te hacen llevar la vida de la mejor manera. Pero el único problema de vivir en esos lugares es que ningún joven o niño pisa la puerta que da a la calle. Ellos son recluidos en cuatro paredes sin tener amistad con algún vecino o vecina. En mi caso la modernidad no ayudó a que me separara de mis amigos. Una mujer se encargó de hacer ese trabajo.

- “Señor ¿una limpiadita?”
- “¿Cual limpiadita? ¡Mugroso! ni pases el trapo que me ensucias la luna…”
- “Ya pues jefe. No sea tacaño, un poco de agua no le hace daño a nadie, menos a su carro…”
- “¡Mira quien lo dice!. Se nota que el agua podría causarte una reacción alérgica que te mataría en segundos. ¡Sal de acá apestoso!”
- “¿Señor sabe que tengo en la otra mano?”
- “¿Más mugre?”
- “¡Algo más grande imbecil! ¡Si no me das unos billetes te reviento la luna de un rocón!”

Al verle los ojos ese completo animal sosteniendo con su mano derecha una pequeña piedra del tamaño de una cebolla, sus pequeños ojos hundidos de perro chusco me remontaron al pasado y solo atiné a decir un nombre. ¿Alonso?
El mal aspectoso hombre dudó un segundo y empezó a examinarme detenidamente. La forma en que me miraba me ponía nervioso. Si no era él, esta situación se iba a poner difícil y mi parabrisas iba a llevar la peor parte. ¿¡Gabriel Martines!?
Un ensordecedor ruido de bocinas me exigía que avance porque hace un par de minutos había cambiado la luz del semáforo a verde y todos querían llegar a su centro de labores lo más pronto posible. Eso no me importó y me tomé mi tiempo para estacionar el automóvil a unos metros de ahí y poder conversar tranquilamente con aquel hombre que hacía más de quince años no veía.
Mientras Alonso ó Asonso como yo le decía, se acercaba al auto lentamente – Venía cojeando- me transporté a aquellas épocas en que la amistad y el juego era lo más importante. Esos años donde mis hormonas empezaban a revolotear por todo mi cuerpo. Donde un buen par de nalgas podían hacerme perder la cabeza.

Mi barrio no era de lo mejor, ni mi familia una de las más adineradas, pero podíamos darnos algunos lujos como contratar alguna persona para que se encargue de las labores del hogar, como cocinar, lavar, limpiar, etc.
Las personas contratadas no duraban mucho tiempo en mi casa. El mal carácter de mi madre y las manos de mi padre las ahuyentaban rápidamente. El mejor modo según mi padre de encontrar empleadas era poniendo un aviso en la ventan de mi casa solicitando “muchacha”.
Cierta mañana de Enero mi madre me tocó la puerta del cuarto, en el que por supuesto dormía bajo cuatro llaves para evitar que algún intruso invadiera mi privacidad y pudiera verme en plena sesión del conocimiento de mis partes más intimas.

- “¿Grabrielito? ¿Estas ahí? – Como odiaba cuando mi madre me llamaba así y me siguiera tratando como un niño de jardín- Baja hijito para que conozcas a la nueva muchacha que he contratado”